Fue cerca de la estación de Saint-Lazare, en el acogedor ambiente de un café frecuentado por ambos artistas, donde se produjo el primer encuentro entre Picasso y Guillaume Apollinaire. Los presentó Jean Mollet, «secretario» del poeta. Un encuentro que acabaría convirtiéndose en una amistad para toda la vida. En aquel preciso momento de su existencia ambos artistas se convirtieron en cómplices y complementarios: Picasso ayudó a Apollinaire a escapar de la relación tóxica que mantenía con su madre y el poeta facilitó al pintor el acceso a la cultura «underground» de la capital y a una literatura fuera de los caminos trillados. Jaime Sabartés, amigo, confidente y depositario de todos los secretos de Picasso, escribiría más tarde refiriéndose a Apollinaire que este dejó una impronta duradera en el pintor «debido a su cultura, su imaginación y su inteligencia, tres virtudes esenciales en el ambiente que interesaba a Picasso y tres elementos indispensables para la revolucionaria corriente espiritual en ciernes»[1].
Apollinaire, nacido en Roma el 26 de agosto de 1880 de padre italiano, que nunca lo reconoció, y madre polaca, que le dio su apellido Kostrowitzky (su nombre completo era Guillaume Albert Vladimir Alexandre Apollinaire de Kostrowitzky), aprendió el francés en Mónaco, adonde se trasladó con su madre. Este «nomadismo», unido a la práctica de diversas lenguas, favoreció su apertura de miras y contribuyó a la formación y la inmensa cultura del que llegaría a ser considerado como uno de los grandes poetas franceses de principios del siglo XX. Al llegar a París en 1899, ya había devorado toda la literatura caída en sus manos. En sus inicios, mientras vivía de trabajos ocasionales, frecuentó asiduamente los medios literarios inconformistas, trabó amistad con André Salmon y Alfred Jarry y muy pronto empezó a colaborar en numerosas revistas. De atrayente personalidad, sus fantasías intelectuales eran tan fértiles como estimulantes. Para poder sobrevivir, publicaba de incógnito novelas eróticas que firmaba solamente con sus iniciales. Pero su interés principal fue siempre la poesía, la cual nunca dejó de cultivar a pesar de todas las vicisitudes cotidianas. Empezó a publicar en 1909 con el poema «La Chanson du mal aimé», aparecido en el Mercure de France, al que siguieron diversas obras, en particular Les Peintres cubistes, méditations esthétiques (concebida a partir de sus numerosos artículos para L’Intransigeant). Alcools (1913), Le Poète assassiné (1916) y Calligrammes (1918) se cuentan entre las producciones fundamentales de la poesía moderna. Su colección L’Hérésiarque et compagnie fue nominada para el Premio Goncourt en 1910.
[1] Jaime Sabartés, Pablo Picasso, Flammarion, 1955, pp. 32-37.