Jean-Maurice Rouquette fue nombrado director del museo de la ciudad el 1 de octubre de 1956. Dos años antes, él y su amigo Lucien Clergue, que «apreciaba la realidad de una forma totalmente sorprendente», reflexionaban juntos durante la celebración de los 2.000 años de la ciudad. Este año de 1954 fue al gran inicio de una profunda amistad y de sus carreras profesionales. En 1956, Jean-Maurice Rouquette ya era oficialmente conservador. Desde ese momento, luchó por revitalizar un museo de Bellas Artes muy deteriorado, con la idea de crear un departamento de fotografía, que nacería en 1965. Lucien Clergue, joven fotógrafo, conoció a Picasso en 1953. Ese último apreciaba tanto su trabajo y la singularidad de sus fotografías como el entusiasmo y la espontaneidad del joven, que en seguida hizo numerosos retratos del artista, entre los que destacan los de las plazas de toros de Arlés. A Picasso le encantaba ir allí, congregar a gente, asistir al espectáculo. Después de su fallecimiento, se encontraron como mínimo 42 entradas de corridas, de Nimes o de Arlés, en sus archivos, pruebas del Picasso íntimo, que no tiraba nada sino que transformaba «todo lo que me cae en las manos», como le confiaba a Jaime Sabartès, su secretario particular, según cuenta este en su libro Picasso, Portraits et Souvenirs.
Rouquette soñaba con montar una exposición de Picasso. Una tarde de toros, Lucien Clergue abordó tímidamente a Picasso y quedaron en volver a verse. De ese encuentro nació una amistad que nunca se rompería, y los dos jóvenes se vieron en la casa del artista, quien les presentó a Douglas Cooper. Este último los ayudó a concretar su proyecto. Así fue cómo Jean-Maurice Rouquette obtuvo préstamos de numerosos coleccionistas. Douglas Cooper se hizo amigo íntimo de Picasso después de la Segunda Guerra Mundial. Según Pierre Daix, que lo describe en su Dictionnaire Picasso, «combinando la afición por las colecciones y unos sólidos conocimientos de historia del arte, con los años Cooper se transformó en un coleccionista ineludible de las obras de Picasso, que guardaba en su mansión de Castille, en el departamento francés de Gard». A Picasso le gustaba pasarse por su casa cuando iba a las corridas de Nimes. Sus relaciones estuvieron sazonadas de amistad y de disputas, lo que motivaría que dejaran de verse en los últimos años de vida del pintor.
Después de ver la lista de las obras previstas, el artista decidió prestarle dibujos de su propia colección: 38 en total, todos inéditos, los primeros datados en 1898. La exposición tuvo una repercusión excepcional en el verano de 1957. illustration affiche-expo-1957Picasso vino a verla. En esa ocasión, el alcalde le regaló un traje de vaquero de la Camarga: sabía cuánto le gustaba al artista disfrazarse, ponerse sombreros estrafalarios y hacer reír a la gente con sus caracterizaciones. Picasso estaba exultante.
Poco después, Jean-Maurice Rouquette emprendió grandes reformas en el museo. Picasso venía a las corridas de toros de Arlés, comía con sus amigos en la plaza del Forum, donde siempre encontraba a españoles que habían huido del franquismo. Picasso les llevaba grabados, los firmaba y se los regalaba, para que pudieran vivir de su venta. El artista invitaba a amigos de amigos y comía siempre rodeado de toda esa gente. Esa costumbre se fue instaurando con los años, Picasso no se perdía ni una fiesta de la ciudad de Arlés, no desaprovechaba la ocasión de mezclarse con el gentío y encontrarse con sus amigos y sus raíces.
Jean-Maurice Rouquette organizó otras exposiciones de Picasso, pero siempre tenía en mente una gran retrospectiva, única e inolvidable, con ocasión del 90.º cumpleaños del artista. «Solo lo esperamos a usted» le repetía cuando se veían. El conservador dudaba entre una exposición sobre las obras «arlesianas» de Picasso (pero estaban diseminadas en muchas colecciones) y otra sobre una serie, elegida junto con Picasso, y pediría prestado a Louise Leiris parte del fondo de la muestra que esta preparaba para la primavera de 1971. Pidió consejo al respecto a la galerista en una carta del 6 de abril de 1971, conservada en los archivos del museo: «Hace unos días llamé por teléfono a Picasso, que me contestó muy amablemente, pero no me atrevo a interrumpirlo demasiado en su trabajo. […].
Así que me tomo la libertad, una vez más, de abusar de su extrema bondad para pedirle consejo sobre la elección de una de las dos opciones posibles, y sobre cómo planteársela a Picasso.
Si tiene oportunidad de verlo antes que nosotros, le agradeceríamos enormemente que intercediera por nuestros proyectos».