Kootz mantiene sus relaciones con Picasso por carta y lo visita regularmente en el sur hasta la clausura definitiva de su galería, en 1965. Aunque el marchante sigue comprándole algunas obras de vez en cuando, Kahnweiler no quiere cederle más. Su última exposición reconocida de Picasso tendrá lugar del 30 de septiembre al 18 de octubre de 1958. Una vez más, el marchante —que solo ha conseguido comprar cuatro pinturas— transformará esta cantidad tan pequeña de obras en un triunfo titulando su exposición «Picasso Five Master Works» [«Cinco obras maestras de Picasso»]. Entre estos grandes lienzos hay tres que hoy se encuentran en la colección del Museum of Modern Art de Nueva York: Paloma dormida, 1952 [Z. XV, 233], vendida antes de la inauguración a Dña. Louise Smith, Desnudo sentado, de 1940 [Z. X, 302], reservado por Kootz para su colección personal y La bañista con pelota de 1932 [Z. VIII, 147], comprada entonces por Victor Ganz. El conjunto se completa con Mujer en un sillón, que según el catálogo pertenece a la colección de David M. Solinger, quizá ya vendido o prestado desde Nueva York, y el Retrato de Hélène Parmelin de 1952 [Z. XV, 214], que Kootz también quería quedarse.
En 1963, Kootz ya empieza a hablarle a Picasso de su cansancio y de su voluntad de cerrar la galería, pero habrá que esperar hasta finales de 1965 para que el marchante se despida. En un cartel de octubre de 1965 que anunciaba «Picasso, 14 Paintings» en la Kootz Gallery, se lee que las pinturas muestran «la continuidad de la generosidad de Picasso, que permite a Sam Kootz elegir personalmente sus obras desde 1946». Picasso había participado activamente en el éxito de la galería neoyorquina y acompañó al marchante hasta 1965. Viendo la fotografía de 1965 de Lucien Clergue, que muestra a Jane y a Sam Kootz en el taller de Picasso de Notre Dame de Vie [il. PH 469], es indudable que los dos hombres terminaron por entablar una amistad sincera y se tenían una estima mutua. Además, Kootz nunca ocultó el hecho de que se lo debía todo a Picasso, como recuerda en una entrevista de 1964: «La verdad sea dicha, no habríamos existido si no hubiera tenido exposiciones de Picasso. Gracias a la presencia constante de Picasso financiamos los primeros diez años de vida de la galería. Si hubiéramos dependido de las ventas de nuestros estadounidenses, seguro que no habríamos durado diez años.
Pero las ventas de Picasso, que se quedó muy impresionado la primera vez que lo vi, cuando le mostré fotografías de todos mis estadounidenses y le dije sinceramente que estaba subvencionando a esos hombres y que quería sus pinturas como ayuda para llevar la galería, igual que Cézanne lo ayudó con las galerías de París, y eso le encantó. Y me dio los cuadros para su venta»[i].
[i] «Quite frankly, we could not have existed unless I had had Picasso shows. Picasso paid continuously for the period of the first ten years of the gallery’s existence. If we had to exist on the sales of our American men, we would have absolutely been dead at the end of those ten years.
But the sales of Picasso, who was enormously impressed when I first saw him when I showed him photographs of all my American men and told him frankly that I was subsidizing these men and that I wanted his pictures as a means of helping me to run the gallery the same Cezanne paid for his upbringing by Paris Galleries, which appealed to him enormously. And he gave me the pictures to sell». Dorothy Seckler, Ibid.