> Gósol, el escenario mágico.

Era la primera vez en su vida que Picasso se sentía tan inseguro. Su perplejidad e incomodidad probablemente lo estaban desestabilizando. La compañía de Fernande Olivier de poco le servía para apaciguar su mente ansiosa y desorientada y la vida en París se le hacía cada vez más insufrible. Necesitaba el regazo de otra mujer (su madre) así como la hospitalidad y los amigos de otra ciudad (Barcelona). El viaje a Gósol, en el Pirineo oriental (a 160 kilómetros al norte de Barcelona y 1.500 metros de altitud) fue completamente imprevisto[1] e improvisado tanto para Picasso como para Fernande, ya que, en lugar de escaparse simplemente de la ciudad, se encontraron en medio de la mayor fortaleza montañosa que habían visto jamás[2]. Como he señalado anteriormente, allí pasaron aproximadamente ocho semanas (probablemente desde el 25 de mayo al 23 de julio) [3].

Sin duda, Gósol  aportó a Picasso una cotidianidad primitiva, en el sentido de un modo de vida carente de sofisticación, ajena a la industrialización e inmersa en un sublime paisaje montañoso. Esa cotidianidad era totalmente desconocida para Picasso, pero la abrazó como un escenario mágico que le permitiría dar rienda suelta a todo lo que llevaba dentro, gracias ante todo al paisaje humano y a la amistad. Por tanto, para él, Gósol fue más un paisaje interior y humano que un entorno exterior. De hecho, nunca se había considerado un pintor paisajista, a pesar de haber pintado un número considerable de paisajes[4]. Para él, no era este el campo óptimo para la experimentación, sino el de la figura y el rostro humano[5]. Como recuerda Gertrude Stein, el paisaje humano fue el único que interesó a Picasso a lo largo de toda su producción[6].

Llegados a este punto, es crucial subrayar que la vida y el proceso creativo de Picasso podrían explicarse por la amistad. Considerada desde este punto de vista, su obra no resulta tan aurática como se dice. De hecho, el “Picasso–artista” es un sorprendente cúmulo de relaciones creativas. El amor y el deseo se han utilizado ampliamente para construir el relato de su obra, incluso en exceso. Sin embargo, el papel de la amistad está todavía por destacar. Y Gósol fue un lugar crucial para la amistad en los momentos revolucionarios de Picasso, una especie de escenario para una sacra conversatione donde, junto con otras personas del pueblo, se “encontró” con una amiga y dos amigos: Gertrude Stein, con el retrato atascado y sus consejos dados “rodilla junto a rodilla”[7] sobre la pintura moderna en general y Cézanne en particular; con Enric Casanovas, una especie de causa eficiente del viaje a Gósol; y, en su vida cotidiana en el pequeño pueblo, con Josep Fondevila, en la medida en que, con sus noventa años, fue su mejor amigo de Gósol y el dueño de la fonda en la que se alojaban Fernande y él.

 

[1] Ver Richardson, A life of Picasso. Vol I, pp. 434–6.

[2] Así es como lo cuenta Fernande en una deliciosa carta a Apollinaire; ver Pierre Caizergues y Hélène Seckel, Picasso / Apollinaire. Correspondance (París, Gallimard / Réunion des Musées Nationaux, 1992), pp. 50–4.

[3] Ver las cartas 5 y 6 entre Gertrude Stein y Pablo Picasso, en Madeline, Gertrude Stein, Pablo Picasso, pp. 37–40.

[4] Ver Michel Guérin, “Réalisation et démiurgie”, en Billoret-Bourdy y Guérin (eds.), Picasso Cézanne, pp. 7–14, concretamente p. 10; Itzhak Goldberg, “Le paysage en cube”, en idem, pp. 21–8; Ocaña (ed.) P. Picasso, Landscapes 1890-1912. From the Academy to the Avant-Garde (Barcelona, Museu Picasso, 1995).

[5] Ver Stein, Picasso, pp. 506–7.

[6] Stein, Picasso, pp. 497–533; ver concretamente p. 506.

[7] Stein, The Autobiography, p. 738.

The Bread Carrier pintado en 1906 por Picasso, The Philadelphia Museum of Art.
Picasso: La Carrier de pain, 1906, The Philadelphia Museum of Art.