Este artículo nos brinda la ocasión de volver a examinar una obra importante de la juventud de Picasso: El harén. Este óleo sobre tela de 1906, con unas dimensiones atípicas para la época -154,3 x 109,5 cm- se conserva en el Museum of Art de Cleveland (Ohio, EE. UU.). Mucho antes de que Leonard C. Hanna Jr. legara este cuadro, John Quinn se lo compró al pintor en 1923, 17 años después de su creación. Este abogado norteamericano fue un destacado promotor del arte contemporáneo y financió el Armory Show de Nueva York en 1913. La obra se expuso por primera vez en el Carnegie Institute de Pittsburgh (Pensilvania, EE. UU.) en 1928, con motivo de la 27th International Exhibition. Este gran lienzo mostraba el nuevo rumbo de Picasso, que llevaría más allá con Las señoritas de Aviñón. Nos encontramos ante una obra bisagra y de múltiples significados.
El lienzo, de orientación vertical, presenta a seis personajes en una habitación vacía, con las paredes y el suelo empolvados de un rosa casi vaporoso. En el primer plano, vemos a un hombre recostado en la pared, con las piernas abiertas y un porrón en la mano; mira a cuatro mujeres desnudas que se están lavando y peinando. Al fondo del cuarto, una anciana observa la escena. El ambiente es distendido, los cuerpos están relajados. Predominan los colores cálidos, no como en la época azul del pintor. Trata los cuerpos con realismo, aportando cierto frescor a las figuras femeninas y una sensación de majestuosidad al hombre sentado. La composición está marcada por una diagonal ascendente hacia la izquierda, provocada por la mirada masculina, que roza las cabezas de dos jóvenes y se posa sobre la que se despereza delicadamente.
En mayo de 1906, Picasso y Fernande Olivier llegan a Gósol, un pueblo del Pirineo leridano. Se financian la estancia con los 2.000 francos obtenidos por la venta de unas obras a través de Ambroise Vollard. Deciden pasar por Barcelona para visitar a la familia del artista y después se quedan varias semanas en este pueblecito.
Se han atribuido diversas fuentes de inspiración a esta obra.
Pierre Daix señaló el interés de Picasso por El baño turco de Ingres, expuesto en el Salón de Otoño de París de 1905. Pero el lujo presente en esa obra del maestro está ausente en la del español; el modesto bodegón de pan con chorizo del primer plano y la sobriedad del lugar muestran una escena más bien ordinaria, de gente sencilla, como es el lugar donde reside Picasso durante la creación de los múltiples bocetos y del lienzo. Y nos viene a la cabeza la referencia a Degas y a sus pasteles de Mujer en la bañera. Fue en su primer viaje a París, en octubre de 1900, cuando vio obras que mostraban mujeres desnudas en la intimidad; pero fue en el paso del verano al otoño de 1904 cuando el tema del aseo femenino apareció realmente en la obra del español. Así, el lienzo podría ser una alusión tanto a El baño turco de Ingres como a los monotipos de Degas que desvelan el universo de los prostíbulos.
Conxita Boncompte evoca otras fuentes, bajo la influencia del mundo clásico y de sus religiones. De hecho, el pintor llevaba un año estudiando modelos de frescos pompeyanos, cuya paleta cromática adoptó. El detonante fue la subasta en París de los frescos de la villa pompeyana de Boscoreale y su exposición en la galería de Durand-Rueil en 1903. Aunque por aquel entonces él estaba en Barcelona, el catálogo de la exposición tuvo una gran difusión y había otros frescos en París, en el museo del Louvre. En ese pueblo pintoresco donde pasa una temporada, trata con los campesinos e integra los antiguos ritos agrícolas de origen pagano y el arte románico de la región (como en sus composiciones de Virgen con el Niño de madera policromada, que lo acercan a Gauguin y a su Tahití).
Esta creación le permite a Picasso reunir todos los dibujos preparatorios inspirados por Fernande en la intimidad, especialmente durante su aseo. El desdoblamiento de los gestos se consigue con la yuxtaposición de cuatro Fernandes y muestra todo el desarrollo del ritual. Josep Palau i Fabre llama a esta composición «la gran canción del cuerpo de Fernande». Las apariciones del hombre en su virilidad y de la señora mayor, que parece una comadrona o incluso una alcahueta, cambian el primer sentido de la presencia de Fernande; la escena de un harén nos viene a la mente y nos imaginamos a las cuatro señoritas con sus distintas personalidades. Los atributos fálicos, y la puesta de relieve del cuerpo que los acompaña, también podrían remitirnos al deseo de Picasso de ser padre. Así, los dos protagonistas están entregados a un papel muy preciso. En esta iniciación, Picasso se convierte en Baco o en un sacerdote báquico y oficia el ritual de iniciación de Fernande. Los objetos litúrgicos se presentan a su lado y la palangana que contiene el agua purificadora está en su sitio; la iniciada, Fernande, se somete a los distintos rituales de la ceremonia, e invade el espacio en una suerte de baile desenfrenado que en la mitad parece un trance.