La metamorfosis del procedimiento pictóricode un artista formado en la tradición académica

En 1904, Picasso se estableció de forma definitiva en París. Fue una marcha meditada a lo largo de cuatro años, que conllevó la separación física de Cataluña pero, sobre todo, la ruptura definitiva con su formación académica, que había empezado a abandonar ya en 1898. Así culminaría su primera etapa creadora, en ese viaje sin retorno que hoy conocemos como «período azul» (1901-1904).

Sin duda, el joven que había visitado por primera vez la capital francesa cuatro años atrás, en octubre de 1900, era ya un pintor de sólida formación técnica, pero aún no era un artista completo ni había encontrado su autonomía creativa. La rutina iniciada en 1896, con su preceptiva participación en las Exposiciones Nacionales,[1] tuvo continuidad en una de carácter internacional ―la Exposición Universal de París de 1900― donde Picasso estuvo presente con Últimos momentos, una pintura religiosa de temática mortuoria muy ligada aún a la estética modernista. Este lienzo ya había sido expuesto en el mes de febrero de aquel año en las salas de Quatre Gats.

¿Cómo valoró Picasso Últimos momentos después del descubrimiento de París? Si conociéramos la respuesta, tal vez sería posible desvelar la incógnita de por qué la ocultó después y reutilizó el lienzo en la composición de La Vida,[2] en vez de conservarla en su colección particular como hizo con muchas otras telas. [3] ¿Qué le aportó París para provocar esa transformación en su obra? Las causas de esta metamorfosis han sido exploradas de forma extensa; la coyuntura del encuentro con la realidad artística en París y el momento anímico motivado por la desaparición de Casagemas fueron poderosos detonantes. La ciudad le ofrecía una nueva dimensión, muy diferente a la de Barcelona, y le permitió, sobre todo, la posibilidad de ser plenamente contemporáneo.[4]

 


[1] Donde había presentado Primera Comunión, en 1896, Ciencia y Caridad, en 1897 y Mujer en azul, en 1901.

[2] Véase el artículo de William Robinson en este mismo catálogo.

[3] Azoteas de Barcelona, entre ellas, y otras pinturas claves como los retratos de Casagemas muerto.

[4] «Pertenece realmente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo, aquel que no coincide perfectamente con este ni se adecúa a sus pretensiones y es por ende, en ese sentido, inactual: pero, justamente por eso, a partir de ese alejamiento y ese anacronismo, es más capaz que los otros de percibir y aprehender su tiempo.» Giorgio Agamben, «¿Qué es ser contemporáneo?». Clarín (21 de marzo de 2009).