Al regresar en marzo, Eluard comenzó a preparar la publicación de un poemario y le pareció de lo más natural pedirle a Picasso que lo ilustrara, ya que el pintor acababa de realizar un retrato de Nusch, por quien sentía un gran afecto. ¡Cual sería pues la sorpresa del poeta cuando Picasso desapareció sin dar explicaciones y sin entregarle los tan esperados aguafuertes! El pintor atravesaba por entonces un momento particularmente difícil en su vida privada, debido a su separación de Olga. Dejó de pintar aunque escribió numerosos poemas. Al no querer ser visto con su nuevo amor, Marie-Thérèse, y la hija de ambos, Maya, lo más sencillo era marcharse. Así, cuando reapareció en mayo de 1936, Eluard, muy contento por su regreso, le dedicó un poema:
«Buen día, he visto a quien nunca olvido […]
Buen día que comenzó melancólico
Oscuro bajo los verdes árboles
Pero que súbitamente se empapó de amanecer
Entró en mi corazón por sorpresa […]»
Durante ese mes de mayo del 36, los dos hombres se comunicaron y acompañaron mediante palabras y dibujos. Eluard escribió profusamente sobre la obra de Picasso y a partir de entonces le dedicó numerosos poemas. Fue también el momento en que Picasso retomó la pintura y el dibujo con un afán de perfección que reflejaba su renovado entusiasmo. A menudo se ha atribuido a Eluard esa «resurrección».
Ese año de 1936 fue también el del comienzo de la guerra civil en España que tanto afectó a Picasso. Emprendió entonces un viaje al sur de Francia donde se le uniría Paul Eluard. Al llegar este, se encontró con que el pintor estaba con Dora Maar. Había sido el propio Eluard quien los había presentado en París, en el café Les Deux Magots; ese encuentro supuso el principio de una relación apasionada y fecunda que duraría ocho años hasta su ruptura poco antes de 1945.