Algunos de ellos, como Picasso, en reciprocidad ilustraron sus poemas. Jean-Charles Gateau (1932-2015), en el catálogo de la exposición Eluard et ses amis peintres (Centre Pompidou, Musée national d’Art moderne, París, 1982), escribió: «ningún poeta del presente siglo, y soy consciente de lo que afirmo, ha amado tanto la pintura como Eluard. En la gozosa ansiedad de ver surgir lo insólito de la nada, en el júbilo de compartir y en la emulación creativa, Eluard siempre estuvo más cerca del ojo y de la mano».
Se conocieron en 1926, cuando Picasso tenía 45 años y Eluard (seudónimo de Eugène Grindel), 31. Hasta 1935, su relación parece haber sido un tanto distante, pero su común amistad con los Zervos y su frecuentación asidua a la revista Cahiers d’Art les acabó acercando. A Picasso le gustaba la jovialidad del poeta y su aversión a los convencionalismos. Según Ségolène Le Men (en su texto sobre la relación de ambos artistas aparecida en 1983 en La Gazette des beaux-arts), «compartían la misma visión del mundo, aun conservando cada cual su identidad y respetando sus mutuas diferencias, lo que los convertía en complementarios». Para Jean-Charles Gateau, «Picasso encontró en Eluard a un interlocutor muy distinto de Breton: encantador, sutil, sin dogmatismos, que no desdeñaba ni el apasionamiento ni las vulgaridades provocadas por el alcohol y enemigo feroz de lo convencional». Paul Eluard disfrutaba de la compañía de los pintores y le gustaba colaborar con ellos, una colaboración que solo consideraba posible si se basaba en una total libertad recíproca. «El pintor se coloca ante un poema del mismo modo que el poeta ante un cuadro: sueña, imagina, crea». Fue gracias a esta convicción, que practicaba en el trato cotidiano con los demás, que el poeta estableció una relación excepcional con Max Ernst. Curioso por naturaleza, trataba de comprender la evidencia poética de los cuadros que admiraba. Eluard disfrutaba de esta connivencia recíproca con Picasso y quería que su amigo supiera que no se contaba entre los que se le acercaban por interés. En Picasso à Antibes, escribió en relación con los amigos del artista: «Buenas personas, amigos de verdad, siempre dispuestos a ofrecer su amistad, a tender la pata como el oso mielero extiende la suya. Pero es a ti, Picasso, a quien ellos besan primero porque están en deuda contigo por regular su conducta. Tú los haces humildes y orgullosos en el ámbito de las heridas y los chichones donde son hombres entre los hombres. Les enseñas que es bueno pasar por la utopía feliz, por el sueño infantil de las vacaciones interminables, pero les inculcas también el deseo de verlo y entenderlo todo, les aportas el coraje cotidiano de rebelarse contra la sumisión a las mortales apariencias. […]»