La reciente publicación del Journal de Maurice Thorez de los años 1952-1964,[1] aun sin aportar grandes revelaciones, pone en evidencia que los lazos personales entre el dirigente comunista y el artista eran estrechos. Este meticuloso informe de las actividades y lecturas del secretario general revela no menos de 30 visitas o almuerzos con Picasso, la mayor parte de ellos en el Midi, donde Thorez pasó largas temporadas entre abril de 1953 y marzo de 1963. Resulta evidente que a raíz de la desautorización de Thorez del comunicado de condena del retrato de Stalin, sus relaciones adquirieron un carácter más personal.
Estas relaciones, sin embargo, se enfriaron tras la firma de Picasso de una carta abierta en Le Monde el 22 de noviembre de 1956 sobre lo sucedido en Polonia y Hungría y reclamando un congreso extraordinario. Este texto, que Le Monde tituló «Picasso y otros nueve intelectuales denuncian los “ataques contra la integridad revolucionaria”», estaba firmado por Georges Besson, escritor; Marcel Cornu, agregado de universidad; Francis Jourdain, escritor; el doctor Harel, responsable de investigaciones del C.N.R.S.; Hélène Parmelin, escritora; Pablo Picasso y Édouard Pignon, pintores; Paul Tillard, ex-redactor de l'Humanité ; Henri Wallon, profesor honorario del Collège de France y René Zazzo, profesor del Institut de psychologie.
«En las últimas semanas los comunistas se han tenido que enfrentar a acuciantes problemas de conciencia que ni el comité central ni l'Humanité les han ayudado a despejar. Una increíble falta de información, un velo de silencio y ambigüedades más o menos deliberadas han desconcertado a la gente, dejándola inerme o proclive a ceder a las tentaciones de nuestros adversarios».
«Estos ataques a la integridad revolucionaria empezaron a ganar fuerza a partir del vigésimo congreso, con la difusión en el ámbito nacional e internacional del informe Kruschev. Las interpretaciones dadas de los acontecimientos en Polonia y Hungría llevaron a su paroxismo un caos cuyas consecuencias no tardaron en manifestarse. Los innumerables manifiestos que circulan tanto entre los intelectuales como entre los obreros son una prueba del profundo malestar presente en todo el partido que las reiteradas llamadas a la unidad en la lucha contra el fascismo no han logrado disimular [¼]. Los abajo firmantes quieren rechazar de antemano toda interpretación tendenciosa de esta carta colectiva y cualquier puesta en cuestión de su fidelidad al partido y a su unidad».
La carta fue condenada por el Comité Central y Picasso y Thorez discutieron.
En 1964, Picasso le diría sin embargo al crítico de arte norteamericano Carlton Lake (quien el mismo año colaboró con Françoise Gilot en la redacción del libro Vivre avec Picasso) que el comunismo siempre había representado para él «un cierto ideal» en el que seguía creyendo.
El compromiso político de Picasso se volvió menos visible a partir de la década de 1960, aunque en su obra se pueden detectar señales de su indignación. Cuando Francia se involucró en el conflicto argelino, el artista estuvo trabajando en su versión de Femmes d’Alger dans leur appartement de Eugène Delacroix, mientras que la crisis de Cuba y la amenaza de guerra nuclear le llevaron a revisitar L’Enlèvement des Sabines de Poussin y Les Sabines de David.
[1] Maurice Thorez, Journal 1952-1964, edición a cargo de Jean-Numa Ducange y Jean Vigreux, París, Fayard, 2020.