La presentación poco común de un periódico colgado y visto sobre una pared, en vez de leído desde arriba, y colocado al revés por añadidura, crea una pérdida de referencias para el espectador. En su nuevo contexto de presentación (y si el espectador no se contorsiona de forma poco habitual), el periódico se vuelve literalmente ilegible. Por otra parte, en el contexto cultural de 1912, cuando la obra de arte era necesariamente una representación, esta ilegibilidad del periódico se ve reforzada por la ausencia de una figura cualquiera inmediatamente identificable (¿objeto? ¿Retrato? ¿Paisaje?,…). La ilegibilidad del fondo y la indistinción de la figura construyen, combinadas, la isotopía de la ininteligibilidad. Esta isotopía rige la obra; es la medida del conjunto de lecturas posibles. Es indudable que hay varias lecturas posibles, pero no todas. Las interpretaciones aceptables no pueden eludir la cuestión de un sentido no inmediato.
La semiótica considera que la ininteligibilidad no es más que una configuración de superficie, susceptible a un nivel más profundo de un dispositivo semio-narrativo particular. Por consiguiente, la ininteligibilidad es la conversión del dispositivo siguiente:
Ahora bien, basta que dos sujetos no dispongan de un mismo saber sobre un objeto para que ese saber se convierta en un objeto de valor y, por lo tanto, en una apuesta narrativa. La ininteligibilidad de este papel encolado puede describirse a través de la forma de un relato construido sobre la dimensión del saber (hablamos de dimensión cognitiva). ¿El sentido de esta obra es un enigma para despejar, celosamente guardado por el autor? ¿Una impostura de este autor puesto que, a fin de cuentas, no hay ninguna figura? ¿O más bien un desafío para encontrar un sentido allí donde, aparentemente, no lo hay?…
Por otra parte, la ininteligibilidad se emplea de forma intencionada. Pero un enunciado –una obra de arte en este caso– que construye su propia ininteligibilidad puede analizarse a través de la forma cultural de la provocación. Lo que denominamos «provocación» implica de nuevo un relato, aquí colocado en la dimensión pasional. En el nivel de las estructuras semio-narrativas, el Sujeto «espectador» debe recoger la provocación (Objeto) lanzada por el Destinador «autor».
A estas alturas de la reflexión, e incluso antes de hablar de ninguna botella, el papel encolado ha construido ya dos relatos: la historia de un espectador que debe recoger una provocación y una búsqueda de sentido estimulada por una obra de arte.
El primer relato se inscribe en una dimensión pasional: la provocación. El segundo relato se inscribe en la dimensión cognitiva: interpretar el sentido de un papel encolado. Estos dos relatos están jerarquizados: el estado del sujeto apasionado depende de su interpretación de la obra.
Vamos a fijarnos en la dimensión cognitiva. Este papel encolado, que es el único enunciado, ¿permite al espectador interpretar esta obra? Y si es así, ¿cómo? En otras palabras: este papel encolado, el único modo de acceder al sentido, ¿organiza su propia lectura?