Como Delacroix, la libertad de pintar

            Es conocido el interés que prestaba el artista a los acontecimientos del mundo que le rodeaba. Profundamente marcado por las guerras y los conflictos de los que había sido testigo, Picasso leía la prensa y escuchaba la radio, un medio popular en expansión que estaba desarrollando un nuevo estilo basado en informativos que primaban los reportajes sobre el terreno (el número de aparatos de radio en Francia pasó de 5,3 millones en 1945 a 10 millones en 1958, convirtiéndose en un medio de comunicación de primer orden). Picasso reflexionaba, cuestionaba, observaba con atención y un enfoque personal los sucesos del mundo, cuya violencia o armonía representaba, oscilando entre el lirismo y la poesía. Plasmaba la vida moderna poniendo al descubierto toda su alegría, belleza y sufrimiento.

«Pinto contra los cuadros que me importan, aunque también con lo que les falta»[1].

Femmes d’Alger se convirtió en el elemento detonante de una serie realizada entre noviembre de 1954 y febrero de 1955. Picasso admiraba sobre todo a Delacroix por haber sabido reivindicar una cierta libertad a la hora de pintar y por su rechazo al tedioso inmovilismo académico imperante en su época. En el curso de sus respectivas vidas, por su búsqueda incansable de la expresión innovadora y su conciencia comprometida, compartieron una especie de irreverencia respecto a la tradición que sin embargo ambos respetaban. Picasso sin duda debió de reconocerse en el temperamento rebelde de su predecesor. «Picasso le atribuía a Delacroix el mérito de haber roto con la inmovilidad académica y creado un mundo en que la pintura era el único principio organizador»[2]. Cada uno a su manera renovó y transformó la pintura, meditó sobre las lecciones de los maestros y tradujo el lenguaje del pasado para adoptarlo a su propio talante, fascinados ambos por el gesto y el talento. Como Delacroix, Picasso «actualiza, explica, desnuda y radicaliza»[3]. Las variaciones de Picasso, de la A a la O, se componen de seis pequeños cuadros y siete grandes composiciones. Según los historiadores del arte, las motivaciones de Picasso a la hora de abordar este proyecto fueron múltiples: «transitan desde el parecido fortuito de su nueva compañera, Jacqueline, con la mujer del narguilé sentada de perfil, al mito de un orientalismo sensual y voluptuoso, pasando por concordancias históricas, como la reciente muerte de Matisse en noviembre de 1954 (de ahí el homenaje al color) o el comienzo de la insurrección argelina»[4].

 

[1] Afirmación de Picasso citada por André Malraux en La Tête d’obsidienne, París, Éditions Gallimard, 1974, p. 124.

[2] Pierre Daix, Dictionnaire Picasso, París, Éditions Robert Laffont, 1995, p. 244.

[3] Philippe Dagen, «Les œuvres des grands maîtres passées au scalpel pictural de Picasso», Le Monde, 8 de octubre de 2008.

[4] Marie-Laure Bernadac, «Variation Delacroix», en Picasso et les maîtres, cat. expo.; París, Éditions RMN, 2008, p. 204.

Picasso, Cuaderno n°51.
15 de noviembre al 5 de diciembre de 1954.
París, Museo Nacional Picasso-París.