Femmes d’Alger se convirtió en el elemento detonante de una serie realizada entre noviembre de 1954 y febrero de 1955. Picasso admiraba sobre todo a Delacroix por haber sabido reivindicar una cierta libertad a la hora de pintar y por su rechazo al tedioso inmovilismo académico imperante en su época. En el curso de sus respectivas vidas, por su búsqueda incansable de la expresión innovadora y su conciencia comprometida, compartieron una especie de irreverencia respecto a la tradición que sin embargo ambos respetaban.